Estoy convencida de que quien más o quien menos ha pensado en algún momento de su vida: «cuándo tendré unos días de descanso, no puedo más».

Día 15 de marzo: «Deseo concedido».

Como un tren que de repente para sin previo aviso, nos vemos metidos en un mar revuelto de información, emociones, reacciones y a la vez nuestro propio organismo tratando de adaptarse a ese parón repentino o a ese cambio de prioridades o ritmos.

Hablando con una colega de trabajo compartíamos un descubrimiento común: parece algo contradictorio que por un lado sepamos que está pasando algo grave y, por otro, que solo podamos quedarnos en casa. Estamos programados para afrontar o huir de los peligros, pero paralizarnos confiando en que esa opción es la mejor nos deja como en una especie de limbo vital.

Desde este punto de vista puedo comprender desde la compasión y amabilidad las reacciones de algunas personas que salen, que se resisten, que …. ¡Es que no hemos aprendido a parar y esperar como una vía de reparación! Si hasta algunos anuncios venden pastillas o bebidas energizantes para cuando estamos cansados… y precisamente el cansancio es la llamada del cuerpo para que descansemos…

Se llenan los teléfonos de mensajes sobre qué hacer ahora en casa. De nuevo el mensaje es el mismo: sigue haciendo cosas y no pares… entonces ¿en qué momento vamos a dejar la mente en estado de calma para que surjan esos aprendizajes y descubrimientos o ideas?

Crisis = oportunidad: recobra sentido en estos días. Porque si no podemos luchar contra algo, la opción más inteligente y saludable es aprender de ello. Como leí hace poco: podemos llorar porque las rosas tienen espinas y podemos celebrar que las espinas tienen rosas. Tenemos ambas opciones y no se trata de elegir una u otra sino de convivir con las dos. Quizá ese es nuestro mayor reto: convivir con todo y tod@s.